A través del tiempo muchos profesionales se han abocado al estudio de los sistemas familiares, las repeticiones perfectas de fechas de nacimiento, fallecimiento, casamiento, de patologías, personalidades, nombres y eventos significativos a través de las generaciones de una familia. Ann Shützemberger, Alejandro Jodorowski, Bert Hellinger, Dider Dumas, Chantal Rialland, Serge Tisseron, Vincent de Gaulejac son solo algunos referentes a los que podemos acudir para ampliar estos conceptos.
Freud también se expresaba respecto a este tema: “La herencia arcaica del hombre no comporta sólo predisposiciones sino también contenidos ideativos de las huellas o memorias que dejaron las experiencias hechas por las generaciones anteriores”.
Los nombres de pila que la familia adopta para un nuevo integrante resonarán en el inconsciente familiar según su propia historia, normalmente están intentando retener en el clan a alguien que ya no está o queremos mantenerlo vivo en el tiempo. Es una representación de las lealtades familiares inconscientes y aunque sus condicionamientos pueden influir durante toda nuestra vida, podemos “tomar consciencia” de estos contratos y reformularlos a través del aprendizaje que nos transmiten, cambiando la forma de vivir nuestro presente.
Los nombres han sido tema de mucha literatura a la hora de descifrar sus mensajes inconscientes. Pero este inconsciente personal y colectivo, es un sistema único en cada ser humano, cargado de programas de supervivencia especiales, determinados por el momento que aparecemos en este mundo, como también los estados emocionales de nuestros padres y las historias de sus antepasados. El simbolismo que carga cada nombre solo tiene sentido en el propio universo de cada persona y podrá ser decodificado en este ámbito sagrado.
Por lo tanto, lejos de proponer una tabla de nombres y sus significados, ni de culpar a los padres por lo que hicieron o no pudieron hacer, somos consecuencia de un programa perfecto de evolución y para esto estamos aquí. Entonces ha de estudiarse minuciosamente cada caso y aprovechar al máximo las necesidades inconscientes para llevar ciertos nombres a favor del clan familiar.
La clave para sanar las lealtades que llevamos en los nombres es encontrar “el sentido” por el cual se nos ha dado el nombre. Si a una hija se la llama “Norma” porque fue la primera novia de su padre, representará inconscientemente aquel amor imposible que quedará frustrado en el tiempo. Por supuesto el mismo nombre nos está diciendo que algo o alguien está fuera de la “norma”, y seguramente se transformará en la amante de su padre simbólicamente hablando.
Si a un hijo se le da el nombre de un abuelo, aunque esté vivo al momento de su nacimiento, se le está pidiendo al nuevo integrante perpetuar en las próximas generaciones su personalidad, sus conflictos y responsabilidades frente a la familia. Es posible que además repita su fisonomía, enfermedades y necesidades de su abuelo.
Es común darle el nombre a una hija como el personaje de la novela que miraba su mamá al estar embarazada. Podremos descubrir que la vida de esta hija, sus dramas y sufrimientos tendrán relación directa con aquel personaje.
Es indudable que existen nombres que tienen un impacto social o cultural (inconsciente colectivo) y no podemos obviarlos. Aquellos llamados “María” pueden estar cargando el sufrimiento, la virginidad o la necesidad de engendrar un niño salvador o mesías. Como aquellos cuyos nombres son de quien viene a salvar a los demás: “Cristian”, “Jesús”, “Salvador” y sus derivaciones en femenino: “Cristina”, “Pura”, “Angela”.
En ocasiones se le da el nombre al hijo/a del médico que lo trajo al mundo o porque fue un “Milagro” y si el parto fue muy largo y doloroso repetirá inconscientemente estas circunstancias durante toda su vida ya que gracias al dolor hay vida.
Los nombres que recibimos son como contratos inconscientes que condicionan nuestra vida a favor de resolver los dramas familiares. Un nombre repetido es como un contrato al que le hacemos una fotocopia. Según Jodorowsky el nombre tiene un impacto muy potente sobre la mente. Puede ser un fuerte identificador simbólico de la personalidad, un talismán o un libreto que cumplir inconscientemente con la imposibilidad de ser y crecer.
Cuando le ponemos el nombre a un bebé que debería haber llevado un hermano anterior fallecido o embarazo perdido, le estamos pidiendo a este hijo que sea aquel que no vivió. Éste sentirá que no tiene derecho a vivir su propia vida, que debe “ser” el muerto que necesitó la familia y hasta podrá desarrollar facultades espirituales o psíquicas.
Los nombres siempre están evidenciando las necesidades de sanación de la familia, nos permiten recobrar la consciencia, cambiar el libreto y aprender a vivir de una manera diferente. Por eso en ciertos momentos de nuestras vidas nos acompañan nombres que nos están diciendo claramente qué debemos aprender. El nombre de la calle de nuestra casa, el de la empresa donde trabajamos, la escuela, amigos, jefes, profesores, etc. Personas que se cruzan accidentalmente en momento especial de la vida y tienen el nombre de nuestra madre o hermana, seguramente nos están hablando de algo muy preciso.
Con el nombre de las parejas se reflejan muchas lealtades, ya que son personas que incorporamos a la familia. Si tienen el nombre de una hermana/o, de un tío/a estarán hablando de los conflictos no resueltos de los integrantes de la familia, y la relación que tendremos en la pareja reflejará aquella relación familiar no resuelta.
En su libro “Ay mis ancestros” Ann Shützemberger expresa: “El nombre de pila es una de las bases de identidad, frecuentemente es tradicional y familiar. Frecuentemente da dos o tres nombres de pila: el de los abuelos y abuelas, recuerdo de los desaparecidos, nombres de pila de los padrinos, madrinas, nombres de pila bíblicos o vinculados a la política, al deporte, al cinema, al teatro – a veces nombres de moda, o nombres de pila del día de nacimiento (calendario).”
El sentido de haber nombrado a un bebé de una determinada manera va a ser un pedido inconsciente de la familia para que sea el depositario del aprendizaje. En general se reflejan las frustraciones, las necesidades insatisfechas, lo que siempre quiso hacer y no pudo aquel ancestro y lo perseguirá toda su vida inconscientemente por ese familiar. Esta lealtad puede llevar al destinatario a la imposibilidad de conseguir un bienestar económico, ya que “si lo hago por un familiar, no es ético cobrar”.
Es apasionante adentrarse al mundo de los nombres. Los decodificadores cuentan además de recursos para descifrar letras y palabras en los nombres. Cuando somos conscientes de estas lealtades familiares, podemos tomar la “decisión” de vivir nuestras propias vidas, dejar de repetir el contrato y reescribir uno nuevo, a partir de nuestra propia identidad y la vida que deseamos vivir.
Cuando cumplimos con la familia y aprendemos lo que ellos no pudieron, somos libres de crear nuestra propia realidad y disfrutar plenamente de esta maravillosa escuela de la vida.
Fabián Garella – 9/11/2020
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