Reencontrándonos con lo que rechazamos

De acuerdo con la psicología de C.G. Jung existe un arquetipo: “la sombra”, que está constituida por el conjunto de las frustraciones, experiencias vergonzosas, dolorosas, temores, inseguridades, rencor, agresividad que se alojan en lo inconsciente del ser humano. La sombra contiene todo lo negativo de la personalidad que el yo, que es el centro rector de la parte consciente, no está siempre en condiciones de asumir y que, por lo mismo, puede llegar a frenar la manifestación de nuestra auténtica forma de ser y de sentir. En términos generales la sombra corresponde a la parte oscura del alma de todo ser humano.

Expresado de otro modo podemos decir que, en esa parcela de lo inconsciente se reúnen todas las miserias humanas que atañen al individuo y a las colectividades; experiencias, sentimientos, imágenes, símbolos que pueden ser personales y universales. La maldad, el egoísmo, la envidia, el ansia de dominio, de poder, la avidez por el dinero, los celos, la avaricia, holgazanería, presuntuosidad, indolencia, negligencia, la manipulación, la cobardía y muchos de nuestros miedos son emociones y sentimientos que no resulta fácil reconocer como componentes de nuestra personalidad. Muchas veces nos damos cuenta de ellos cuando nos inducen a conflictos con los demás, a manifestaciones agresivas inesperadas, a sentimientos de culpa, a muestras de egoísmo y hasta depresión inexplicables y que, sobre todo, no encajan con la imagen que tenemos de nosotros mismos ni tampoco encajan con la imagen social que queremos dar.

Normalmente cuando el individuo no puede asumir esas características en sí mismo, las atribuye a los demás, es decir que las “proyecta” en los otros. Así podemos ver reflejados nuestros propios defectos, o limitaciones, en las actitudes negativas que criticamos a los que nos rodean. Cuando los prejuicios y la crítica exacerbada nos impiden relacionarnos, con los vecinos, con los colegas, con las otras razas, con los extranjeros, con los otros países, está funcionando la sombra individual como una parte no integrada de la psique. Pero también los grupos, las familias, las organizaciones y los diferentes componentes de la estructura social tienen su propia sombra.

Para Jung existen dos tipos de inconsciente; el inconsciente personal y el colectivo. El inconsciente personal contiene todas las experiencias, no conscientes, que atañen a la vida y la historia personal del individuo. El inconsciente colectivo se refiere a un conocimiento grupal y universal heredado que constituye un patrimonio de la humanidad presente en la mente individual. También se le denomina mente arcaica y, últimamente, mente filogenética. Allí se alojan experiencias, tendencias, conocimientos que atañen al pasado de una familia, de los pueblos y de la raza humana.

Situándonos en esta concepción de lo inconsciente podemos comprender que existe una sombra personal que corresponde a los aspectos negativos individuales y una sombra colectiva que corresponde a todo lo negativo y destructivo de la especie humana. Ambas formas de inconsciente se relacionan de modo que la sombra individual puede conectar con contenidos inconscientes colectivos potenciando su destructividad. Del mismo modo, lo inconsciente colectivo puede actuar sobre las mentes individuales constelando fuerzas de gran capacidad devastadora. La violencia, el terrorismo, el maltrato doméstico y tanto otros casos de crueldad pueden servir para ejemplificar como funciona esta relación entre lo inconsciente personal y lo inconsciente colectivo en cuanto a la figura de la sombra.

El desarrollo de la consciencia individual, de la fuerza e integridad del yo, es lo que permite al al individuo liberarse del potencial destructivo que procede de los aspectos negativos en la mente colectiva. Pero además es necesaria la suficiente flexibilidad a los influjos inconscientes para conseguir canalizarlos adecuadamente. De hecho, el encuentro con la sombra es un importante momento en el proceso de individuación que conlleva la liberación de energía invertida en lo inconsciente lo que significa su transformación en vitalidad y creatividad.

Este encuentro requiere una buena dosis de valor y de motivación por el conocimiento de uno mismo, la toma de consciencia para evolucionar. Es decir, un alto grado de fortaleza y autoestima para poder enfrentarse con aquellos aspectos que no son agradables y que, cuando menos, son dolorosos. Aspecto que además no encajan con la imagen que socialmente nos gusta dar cuestión muy importante en el mundo actual que da gran valor a la apariencia.

Todas las escuelas humanistas valoran el potencial de autorrealización que posee el ser humano, potencial que permite la transformación de sí mismo y si lo miramos desde la perspectiva de la salud; la sanación. El concepto de individuación de Jung se refiere a la capacidad del ser humano para llegar a ser quien realmente es mediante la integración de la totalidad de la psique; consciencia, inconsciente personal e inconsciente colectivo. El arquetipo de la totalidad que forma parte de lo inconsciente colectivo es el organismo que rige este proceso.

Hemos dicho que lo inconsciente se expresa en forma de metáforas, de imágenes, simbólicamente y la forma más natural de acceder a él consiste en prestar atención a las narraciones acerca de nosotros mismos que relatan nuestros sueños nocturnos y hasta de nuestra vida cotidiana. Estos revelan historias, además de las que corresponden a nuestra biografía o vida personal, en las que muchas veces encontramos motivos mitológicos, de leyendas populares, de historias maravillosas, rituales ancestrales etc.

La verdad es que escribir sobre este aspecto de la psique provoca, muchas veces, escalofríos y uno se pregunta cómo hacer frente a ese aspecto escondido en la mente individual y en la colectiva. La respuesta es la de siempre: el desarrollo personal, la búsqueda individual, el auto conocimiento, el suficiente amor por uno mismo, la compasión y el respeto por el propio dolor, por los fracasos que, finalmente, activará el amor y la consideración por el prójimo, percibiéndolo como un miembro más de una misma especie con la que se comparte el misterio de la vida.